martes, 4 de agosto de 2009

Aves y árboles

Para los que somos aves y a veces soñamos despiertos con ser árboles

“Mi abuelo solía decir que los hombres se dividían entre aquellos que son árboles y los que son aves. Y ambos se necesitan mutuamente”. Esta metáfora me la contó un compatriota con el que compartí unas horas en un bar cubano de La Latina. Él que es un ave de alto vuelo, nació en el departamento del Amazonas de Colombia y hace más de tres décadas alzó sus alas para recorrer más de 30 países en los que ha vivido y trabajado.

La comparación, además de poética, me pareció que resumía con sabiduría las miles de horas de conversación sobre el ser inmigrante que he tenido desde que vivo en España. Que ponía en palabras simples la naturaleza de esa sensación de “ya no ser de ninguna parte”.

Me he apropiado de la metáfora desde ese día, le he dado vueltas en mi cabeza y he pensado en todas las aves con las que comparto mi vuelo así como en todos los árboles en los que me poso de vez en vez para sentir esa sensación tan placentera de arraigo.

Aún me ronda por la cabeza una pregunta ¿Cuántas aves miran con deseo las raíces de los árboles y cuántos árboles pretenden despegarse de un momento a otro de la tierra?

viernes, 31 de julio de 2009

A veces llegan Cartas

Y éstas llegaron en forma de libro. Me las encontré en una sala de espera de una cadena de radio, su recopilador las llevaba en la mano y se sentó a mi lado. Le pregunté -por preguntar algo, entablar conversación y evitar ese silencio tan incómodo- a qué programa iba y como no lo sabía, le pregunté por qué iba y me mostró su libro. "Cartas del Sur al Norte" (Editorial PCC) Una recopilación de 40 cartas proveniente de los 40 países más pobres del mundo (me parece que los países del primer mundo no se acercan a esa cifra).

La idea me pareció gratificante. Ya nadie escribe cartas y él se había propuesto la tarea de pedir a 40 desconocidos que escribieran misivas sobre sus vidas y para un destinatario desconocido, sin nombre.

Pero más allá de que se trate de historias provenientes de los que sin duda son los peores lugares en los que un niño puede nacer, lo que más me llamó la atención fue que los escritores habían sido seleccionados sin seguir criterios específicos. Su variedad es rica en matices: adolescentes, analfabetas adultos que la habían dictado, mujeres jóvenes, niños, refugiados, diplomáticos; los autores habían llegado al azar, a través de contactos, amigos de los amigos, el único requisito que llenaron fue su firme intención de escribir sobre su vida, su entorno, su día a día. Ni siquiera había un intento de paridad de género.

Por supuesto, en las cartas tampoco hay afán o interés literario, pero sí una necesidad de contar cómo alguien vive, mejor o peor, un país donde la pobreza y la desigualdad imperan.

Es posible que esta recopilación de cartas nunca cuente con la maquinaria promocional de las grandes editoriales, por lo que es también muy probable que no tenga muchos lectores, pero yo creo que vale la pena recomendarla.